Ponencia de Claudia Gómez Wulschner en el Coloquio del Instituto de Matemáticas
¿Qué sería del mundo sin soles?
Recordando a Graciela Salicrup
Buenas tardes, antes que nada quiero agradecer al Instituto de Matemáticas, en particular a la doctora Mónica Clapp por esta invitación al Coloquio dedicado a la memoria de Graciela Salicrup.
Es un doble honor para mí estar aquí. Primero, porque en mi juventud fui becaria de este Instituto al que le tengo gran cariño y segundo, porque permitirme hablar de Graciela es un verdadero placer.
Ofrezco disculpas porque voy algunas líneas... estoy muy emocionada y temo tropezarme y no decir lo que quiero compartir.
Graciela, maestra y amiga muy querida. Nació en México el 7 de abril de 1935 y sus primeros estudios los realizó en el Colegio Alemán. Más tarde estudió la secundaria en otra escuela que, por cierto, era la misma donde yo estudié. La verdad a las dos nos avergonzaba un poco esto porque además de ser colegio de monjas, las dos recibimos muy mala formación preuniversitaria en matemáticas, así lo comentamos en alguna ocasión. Ella, sin embargo, tuvo la fortuna de pasar también por la Escuela Nacional Preparatoria.
Aquí debo señalar que en nuestras largas conversaciones nos confesamos también ganas de estudiar alemán, ella mostró gran interés porque en ese momento de su carrera había un grupo importante de topólogos cuyo líder era alemán y con quien Graciela empezaba a trabajar: Horst Herrlich. Esto fue a finales de los años setenta.
Entonces, Graciela y yo nos organizamos con otros colegas para estudiar alemán: Carlos Bosch, Natalia de Bengoechea, Alejandro Díaz Barriga, pero los grupos del Instituto Goethe -con sede en el CUC junto a la UNAM, donde tomábamos las clases- eran muy pequeños, había pocos alumnos y que la mayoría fuéramos matemáticos, siempre puso algo nerviosas a nuestras maestras; lo que sí es que Graciela a todos retaba sin ser consciente de ello.
Aquí debo señalar que ella nos acomplejaba: era la más atenta, la más trabajadora , nunca hizo alarde de haber tenido experiencia previa, sino al contrario, decía que no recordaba nada. Estudiaba siempre, nunca fallaba en la tarea, descaradamente minutos antes de la clase todos queríamos estar junto a ella para que nos ayudara o, en un momento, hasta copiarle sin recato parte de la tarea.
Eso me hacía verla en mi imaginación con su uniforme de colegiala siendo la más aplicada de la escuela, la más seria en los estudios y, para el tipo de escuela en la que estudió...algo rara. Esto preocupaba y sorprendía a su familia, y eso ya no es mi imaginación, ella misma me lo dijo. Graciela desde muy joven mostraba un interés enorme por las matemáticas, que en parte había nacido gracias a los buenos oficios de un profesor que tuvo en el Colegio Alemán. Su familia no estaba nada convencida de esta idea. Apoyaron su ingreso a la Universidad pero no a lo que ella quería, así que la lucha se daría nuevamente.
Un día le pedí que me contara más sobre esto, no entró en detalles ni fechas ... suspiró y me dijo, mi familia pensaba que mi rareza rayaba en la extravagancia, desorientación y algo de locura, así que me mandaron al psiquiatra, y ¿en qué acabó la historia?, le pregunté, Graciela soltó una enorme carcajada y me dijo... me casé con él. También me reí en ese instante y más adelante trataría de reconstruir la historia, pero la verdad, en ese momento, no me sorprendió, volvía mi mente a darme una imagen, pero esta vez la de una mujer más alta del promedio, esbelta, guapa con una enorme personalidad, medio escondida en esa combinación que se da entre seriedad y timidez y que, en realidad, trata de tamizar una gran inteligencia, con una mirada tan tierna y tan profunda a la vez, que dejaba a todos tiesos. No me cupo la menor duda de que se trataba de un hombre especial que supo hacer la lectura correcta.
En efecto Graciela, habiendo ya estudiado una carrera universitaria, se casó con el psiquiatra, el doctor Armando Hinojosa, quien la apoyó en su interés por las matemáticas y con quien compartió el resto de sus días. Tuvieron tres hijos maravillosos, y cuando hablaba de ellos Graciela se derretía, eran su adoración. El mayor, Ariel, que se dedicaría profesionalmente a la música, en particular a la guitarra.
David, buen arquitecto igual que su madre -ya hablaré de esto más adelante- y la nena pequeña, Mariana, quien se empeñó en ser bailarina desde que tenía tres años, lo que Graciela respaldó siempre. Mariana nunca dejó el ballet y más tarde se dedicó al diseño gráfico a cuestiones de escenografía y actualmente escribe, entre lo que destaca su dedicación a los guiones y al teatro. Graciela siempre se sintió orgullosa de sus hijos y los apoyó y acompañó cuanto pudo.
Graciela poseía enormes virtudes y talentos, tenía facilidad para el arte, disfrutaba la música y le encantaba la ópera; gozaba lo mismo con exposiciones de pintura y visitando museos, que dibujando. Además, sabía mucho de literatura e historia, estaba interesada en todo. Un día le dije: Graciela, voy a pasar varias semanas en Grecia, y al instante me dio una enorme cantidad de libros para que me preparara y disfrutara de mi viaje plenamente. En especial insistió en que leyera El toro de Minos, lo que no sólo marcó mi viaje sino que me enseñó que gozar de otra cultura implica también estudio, aprendizaje, respeto y admiración.
Decía yo que Graciela disfrutaba de todo, le gustaba ir al cine -particularmente el cine de arte-, varias veces fuimos con un grupo de alumnos, becarios del instituto y colegas y compañeros de la clase de alemán. Ella nos acompañaba y nosotros gozábamos mucho de su presencia. Fue famosa la visita guiada por Graciela a Teotihuacan que se organizó con investigadores y becarios del Instituto. Graciela siempre tenía sus tiempos bien medidos. Parecía que los tenía distribuidos con una precisión de relojero suizo; estaba al tanto de su familia -no sólo de su esposo y de sus hijos- visitaba con regularidad a su madre y la ayudaba con una de sus hermanas, que requería de apoyo. Disfrutaba de sus clases de idiomas y pasaba muchas horas en la biblioteca. A la salida de la clase de alemán se quedaba un buen rato trabajando en la sala de lectura de la editorial Siglo XXI, todo esto entre otras actividades.
Graciela estudiaba mucho: diariamente, a las ocho de la mañana ya estaba sentada en su escritorio, preparaba sus clases de manera impecable y sólo cuando quería dictarnos problemas de tarea, llevaba una hoja doblada a la mitad, de lo contrario, llegaba a clases puntualísima sólo con sus llaves en la mano y entraba muy seria a este salón. Siempre terminaba la clase con exactitud. Graciela tenía sus rutinas en el Instituto, trabajaba en su oficina o pasaba a platicar un poco con su querida amiga María Emilia Caballero. Alrededor de las once se reunía con su profesor y colaborador a trabajar. Salía cerca de las dos para ir a comer.
Su investigación y sus clases las escribía con lápiz y llenaba interminables pilas de cuadernos de espiral en forma francesa donde estaban perfectamente organizados, una y otra vez, los avances de su trabajo o los teoremas de los maravillosos apuntes de clase, que todos tendríamos como alumnos suyos, con sólo copiar del pizarrón y escucharla en clases.
Tiempo después fui su ayudante de 1981 a 1982, precisamente en los cursos que a ella le gustaba dar, Topología I, II y III y en ese período fue cuando un día en su oficina me enseñó la colección de cuadernos. Esa era su forma de preparar la clase y me decía: si al preparar tu clase escribes y mides tu tiempo, sabrás exactamente lo que quieres decir. Esto es otra cosa más que le debo; pero a diferencia de mi maestra, nunca llego sin mis papeles en la mano, escribo en hojas sueltas y no conservo esa maravilla de cuadernos. Aunque me siento muy afortunada porque me regaló uno de éstos.
Recuerdo que Graciela también disfrutaba todo lo que significara novedoso. En una ocasión hicimos un paseo al campo, cerca de los volcanes, donde Carlos Bosch se dedicaba a la apicultura como pasatiempo. Fuimos un grupo grande, todos acompañados, Graciela llevó a dos de sus hijos, y a su esposo. Fue impresionante verla absorta pues lo que le causó acercarse a las colmenas, es casi indescriptible. Me faltan palabras para transmitir cómo observaba todo, no perdía detalle y hacía muchas preguntas. La visita al apiario se alargó más de la cuenta y yo me atrevería a decir que fue por ella; al regreso casi ni comió, seguía absolutamente fascinada.
Esta experiencia quedó grabada en mi memoria con gran admiración porque creo que pinta muy bien parte de su personalidad. Así era Graciela, todo lo hacía completo, todo lo quería entender, todo le interesaba en serio, todo la entusiasmaba, todo lo vivía con gran intensidad.
Ahora voy a tratar de recapitular algunos hechos que sólo he mencionado sin detalle.
Volviendo a sus mocedades, finalmente la lucha familiar por hacer una carrera universitaria declaró a Graciela vencedora y estudió la carrera de arquitectura. Se recibió en 1959 con la tesis Proyecto para un Puerto en Frontera, Tabasco. Esta formación de arquitecta la aplicó un poco más adelante en lo que era otro de sus amores: la arqueología. Su esposo, lo sé de buena fuente, siempre compartió con ella su gusto por esta área y habló con mucho orgullo de sus trabajos realizados.
Un día a la clase de alemán, llegó Graciela con un paquete y lo abrió con mucho cuidado... Ante mi mirada atónita, desdoblaba con gran delicadeza un códice. Me quedaba claro en el momento que no era una pieza original, pero era de tal belleza y detalle, que le dije, Graciela, yo quiero uno ¿dónde lo compraste?, me encanta. Con una gran humildad, que era otra de sus características, me dijo, yo lo hice, y me llevé mucho tiempo copiándolo. ...me dejó muda.
No obstante la diversidad de capacidades que ya había mostrado, Graciela nunca quitó el dedo del renglón y persiguió el mayor de sus intereses intelectuales hasta el final: ella quería ser matemática. Así que casada, con tres niños y después de haber participado en las excavaciones de Teotihuacan y en la reconstrucción y restauración de pinturas y sitios como Tetitla, con el grupo de la famosa arqueóloga Laurette Séjourné, por fin lograría su sueño: en el año de 1964 se inscribió en la Facultad de Ciencias para hacer la carrera de Matemáticas. Cuando me platicó algo de esto le dije: Graciela ¿cómo le hacías? Yo siento que no tengo tiempo para nada y con gran
naturalidad me dijo: si estás convencida de lo que quieres hacer siempre tendrás tiempo. Entre 1966 y 1968 dio clases de Matemáticas en la Facultad de Arquitectura y en 1969, el mismo año en que se recibió de Matemática, con la tesis El subgrupo de Jiang-Bo-Ju , empezó a dar clases en la Facultad de Ciencias.
Tan sólo seis años después de haber iniciado su sueño, fue contratada en el Instituto de Matemáticas como investigadora especial. En 1970 publicó su primer trabajo y siguió investigando en colaboración con su mentor, el doctor Roberto Vázquez. Al poco tiempo obtuvo el nombramiento de investigadora gracias al apoyo que siempre recibió de su maestro y su producción adquirió un ritmo constante. Desgraciadamente, sus publicaciones siempre fueron en español, lo que hizo que sus aportaciones se conocieran internacionalmente muchos años más tarde y que los matemáticos que trabajaban en el área no conocieran sus investigaciones y las desarrollaran
independientemente.
Como perfeccionista que era, hizo un trabajo original, independiente y cuidadoso para su tesis doctoral titulada Epirreflexividad y conexidad en categorías concretas topológicas. Apareció publicada en la revista del Instituto de Matemáticas de aquella época en 1978, coincidiendo con el período en que Graciela estudiaba alemán. En esa época también cambió su manera de arreglarse y de vestirse. Usualmente llevaba pantalón y los colores solían ser serios, azul marino o diversos tonos de grises.
Al regreso de un viaje llegó con ropa diferente y de colores variados. Los vestidos que empezó a usar dejaban ver una estupenda figura y los combinaba con muy buen gusto y coquetería con algunos accesorios. Yo me atreví a comentarle, Graciela ¿y este nuevo estilo?, ¿A qué se debe?...soltó una carcajada, porque ella a pesar de ser seria y algo tímida, podía también, en corto, ser juguetona y tener buen sentido del humor y sólo alcanzó a decirme...mi hija me dio golpe de estado. Yo le contesté: bien por Mariana.
Me hizo gracia y me sentí afortunada de que, en esa misma época pudiera descubrir otra faceta, calificable de tierna: “la niña Graciela” gozaba al recibir de regalo un calendario de unos Gnomos famosos. Lo supe porque me lo pidió. Me sentí contenta por haberle dado una vez ese gusto, cuando hice un viaje al extranjero, aunque confieso que en ese momento pensé, Graciela nunca dejará de sorprenderme.
¿Cuántas personas quedarían en la misma clasificación que Graciela simplemente por el hecho de haber perseguido su sueño hasta el final? Yo creo que muchas, pero aquí hay otro aspecto que, desde el punto de vista matemático, no puede ser pasado por alto. Graciela fue una gran científica y en un período no muy largo sus investigaciones, en su mayoría en colaboración con el doctor Vázquez fueron de gran profundidad, relevancia, originalidad y elegancia en el área de la Topología Categórica.
Siempre me he preguntado ¿por qué no publicaron en inglés? Graciela no hubiera tenido ningún problema en dar a conocer su trabajo a un público más amplio. Conocía las publicaciones de pioneros en el uso de las categorías para caracterizar estructuras de factorización, que entre otros temas le interesaba ¿Por qué hasta que se doctoró asistió a seminarios y congresos internacionales, e invitó a México a Herrlich y a otros especialistas del área?
Yo esto no lo sé, aunque no hay que perder de vista el momento histórico, en esa época mucha gente de este Instituto publicaba en español en la revista Anales del Instituto, no había una exigencia por publicar en el extranjero, no había el tipo de presión que ahora existe de someterse al juicio de colegas para obtener estímulos ni para pertenecer al SNI. Sin embargo no me cabe la menor duda de que Graciela hubiera pertenecido al SNI, hubiera seguido formando gente y hubiera seguido produciendo a un ritmo constante. Hay por lo menos siete artículos originales publicados en los Anales antes de que obtuviera el grado de doctora, esto entre 1970 y 1975 y los que publicó entre 1980 y 1982 los realizó totalmente independiente. En este mismo período, inicios de los años ochenta ocurrieron otros hechos: el doctor Vázquez simplemente dejó de hablarle. Todos en el instituto nos dimos cuenta y todos dejamos volar la imaginación, todos podemos hacer conjeturas, pero me atrevo a decir que la verdad es que nadie supo qué pasó. Un día la encontré trasladando una pila de revistas y libros a la oficina del doctor Vázquez y, justamente cuando iba a ayudarla, salió él quien sin decir una palabra -bueno era un hombre de pocas palabras- tomó el montón de cosas y cerró su puerta.
Yo sin rodeos, pero a la vez con la confianza que le tenía a Graciela pregunté libremente: ¿Por qué no se hablan?, ¿Se pelearon? Ella me respondió muy seria: si algún día te enteras, me dices. Tal vez sabía y no me quiso decir, pero por lo mismo todo lo que se comente alrededor de esta separación yo lo calificaría de imaginación. No puedo negar que a Graciela evidentemente esta situación la incomodaba y la entristecía, fue su profesor y colaborador por años, pero tal vez fue muy duro para él verla volar alto, con sus propias alas y con su propia creatividad y originalidad. Insisto, esto es imaginación y fue por Graciela que siempre sentí respeto por el doctor Vázquez.
Aunque Graciela era pacífica siempre sostuvo una posición frente a los conflictos y a la política en general. De pensamiento liberal, tenía ideas muy claras sobre cómo debían ser las cosas, lo mismo en la Universidad a la que le tenía gran cariño, que en el país.
La importancia de la obra de Graciela no sólo queda en sus trabajos en arqueología y en su investigación de primera en matemáticas, sino también en el serio trabajo que hacía como maestra, como guía, como asesora de tesis. Cuando pienso en Graciela recuerdo de inmediato la frase de Ricardo Alves “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad”.
Muchos matemáticos admitimos haber recibido influencia de ella con tan sólo haber sido sus alumnos o haberla tratado más cercanamente, otros recibieron sus enseñanzas de manera muy directa al ser sus alumnos de tesis, como es el caso de Federico Baranda, Marcelo Aguilar, Guillermo Pastor, Leonardo Salmerón, Agustín Contreras, Selina Díaz Leñero y Clementina entre otros. Algunos más, con el privilegio de haber sido sus alumnos o, como en mi caso, haber sido su ayudante haber intentado iniciar una tesis y haber recibido toda clase de consejos, nos sentimos agradecidos.
En el verano de 1982, después de que recibió la visita de Lamar Bentley y Horst Herrlich y con un proyecto de investigación en el tintero -por lo que aparecería como colaboradora con Herrlich y Strecker en un artículo de 1986- Graciela sufrió una caída que la lastimó mucho físicamente, por la que padeció terribles dolores y de la que no se recuperó. Murió el 29 de julio de ese mismo año.
De no haber ocurrido esto no me cabe la menor duda de que Graciela hubiera seguido trabajando en matemáticas de manera muy creativa y original. Tenía ya reconocimiento internacional y esto le hubiera permitido también tener un intercambio de ideas que, estoy segura, hubieran fructificado. Seguiríamos alrededor de ella, sus amigos, sus alumnos viejos y nuevos, sus nietos, sus seguidores y admiradores. Graciela es como esas estrellas que nos cuentan que ya se extinguieron pero que su luz nos sigue llegando y nos seguirá llegando por siempre.
Claudia Gómez Wulschner
5 de junio de 2007
Claudia Gómez Wulschner, "¿Qué sería del mundo sin soles? Recordando a Graciela Salicrup", Miscelánea Matemática 44 (2007).