A la una de la tarde del jueves 26 de febrero, mediando la conferencia más esperada del XIX Coloquio, la suya: murió Víctor Neumann Lara. En la actividad que amó, entre sus estudiantes y con la lucidez que siempre lo caracterizó, dejó la vida en cosa de un suspiro. Una muerte a la altura de su vida.
Nace, de padre un viajero Alemán, en la Huasteca, crece en ella y, aunque desde joven residió en el DF, su corazón nunca la abandona. Es quizá esa profunda e indisoluble mezcla entre el Neumann y el Lara —que subrayó uniéndolos con un guión en la firma de sus numerosas publicaciones internacionales— lo que lo llevó a vivir de manera tan original y creativa. Matemático visionario y audaz cuyas ideas son indispensables para entender el estado de la combinatoria y la teoría de gráficas en la actualidad, es considerado como el fundador de estas áreas en el mundo de habla hispana. Formó a muchos de los investigadores mexicanos en estas disciplinas e influyó personalmente en el resto al reunirlos año tras año, recorriendo al país, en “sus” Coloquios de Teoría de las Gráficas, Combinatoria y sus Aplicaciones. Maestro creativo y amoroso; recurría en sus cursos a la combinatoria mitológica (sirenas y esfinges), los juegos (el timbiriche huaxteco) o los colores (llevaba un arco iris en la bolsa de su camisa) para plasmar una idea, motivar el surgimiento de un problema o que sus alumnos simplemente entendieran. Su universidad reconoció su talento y trayectoria académica al otorgarle el Premio Universidad Nacional.
Además del matemático generoso, comprometido y brillante, Víctor Neumann fue un ser humano universal y sensible con múltiples facetas entramadas por su amor a la vida. Tuvo el don de la palabra y obsesión por el lenguaje. Escribió y publicó poesía. Hablaba Náhuatl, lo usaba y cultivaba. Conocía del placer de contemplar la belleza y se afanaba por encontrarla. Amó la música y, para sí, le cantaba a la vida. Fue un ser político activo que amó y conoció profundamente a México.
Pero los que tuvieron la dicha de conocer a Víctor quizá extrañarán y recordarán, sobre todo, su don para entablar amistades profundas. Daba de sí y respetaba; se involucraba y comprometía, aprendía y enseñaba. Siempre el humor tan cerca de la sabiduría y todo al servicio de la vida, de vivirla. Por algo a sus Coloquios los describimos sus asistentes como intensas matemáticas con aroma de café y arrullo de pirecua; añoranza prehispánica y el placer de comer bien; risas, música, baile y poesía en la sobremesa: quizá López Velarde, Ovidio o Pellicer.
Carta Informativa Sociedad Matemática Mexicana, Abril 2004
Javier Bracho
y Luis Montejano
IMATE-UNAM