(Del Boletín del Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la UNAM. #232 Noviembre 2007)

Ángela Acevedo
Tercera Parte
Las condiciones sociales y económicas de buena parte del siglo XIX no fueron adecuadas para propiciar los medios de investigación científica que requería el país después de lograr su independencia de España. Para 1821 la economía nacional ofrecía un aspecto desolador. El aparato científico estaba prácticamente desmantelado pues muchas instituciones habían sido cerradas, y las constantes guerras internas e invasiones hicieron difícil mantener las instituciones novohispanas. El Seminario de Minas, fundado a finales del siglo XVIII
fue el germen de la institucionalización de las ciencias exactas en México. Profesores como Francisco Bataller, Antonio de León y Gama y algunos profesores venidos de España como los hermanos Fausto y Juan José Elhuyar y don Andrés Manuel del Río (descubridor aunque no reconocido del vanadio al que él llamó eritronio), impartieron las primeras cátedras de matemáticas, física y química.


Fue también en el Colegio, donde se impartió por primera vez un curso de cálculo diferencial e integral. En 1803 el seminario fue sede de la visita del ilustre barón Alejandro de Humboldt quien se mostró agradablemente sorprendido del alto nivel educativo que guardaba dicha institución. Los alumnos del seminario tuvieron un papel preponderante en el movimiento de independencia. Unos apoyando a Miguel Hidalgo, ya fuera fundiendo cañones o difundiendo sus ideas, o bien la muerte o exilio de muchos estudiantes, lo que muestra el carácter liberal de la educación que se impartía en esa institución, otros abrazaron tanto causas liberales como del bando contrario. Posteriormente el seminario fue trasladado al Palacio de Minería en las calles de Tacuba y la estabilidad política tuvo un impacto negativo en el desarrollo de las ciencias del país. El seminario fue cambiado de nombre y en 1833 se llamó Escuela de Estudios Mayores en Física y matemáticas.


En 1867 Benito Juárez vuelve a cambiarle de nombre al de Escuela de Ingeniería, y si bien algunos alumnos apoyaron decididamente al imperio, otros prefirieron el exilio o francamente en seguir a Juárez en sus vicisitudes. Con la creación del Ministerio de Fomento en 1852, se inicia el accidentado camino a los proyectos gubernamentales para la aplicación de los conocimientos científicos en la solución de los problemas nacionales. Orozco y Berra en su Memoria para la carta hidrográfica (1856), proponía un ambicioso plan para la conformación de un atlas nacional que comprendía la historia y la geografía antiguas, la estadística, la botánica, la zoología, las cartas geológicas y geodésico-topográficas del valle de México. Sin embargo dicho plan sólo quedó en programa pues las guerras de Reforma la dejaron en suspenso.

Después de 1867 con la apertura de la Escuela Preparatoria y la labor de los científicos positivistas, que se empeñaron en dar a la ciencia un lugar preponderante para el país, se
inició el lento desarrollo de la ciencia mexicana. En cuanto a las matemáticas se refiere, en la primera mitad del siglo XIX se permaneció al margen del desarrollo continuo que dicha ciencia presentaba en Francia, Alemania, Inglaterra e Italia. Fue sobre todo después de 1867, que apareció una gran cantidad de materiales impresos: diarios, semanarios,
gacetas, boletines, revistas, almanaques; etcétera que invadieron la escena social, familiar institucional y personal de la sociedad decimonónica. Conjuntamente a este despliegue editorial, los espacios colegiados: academias, colegios, asociaciones, sociedades científicas; entre otros, desplegaron una campaña difusora de la “nueva ciencia moderna”. Los momentos de guerras e invasiones, habían quedado atrás, se abrían nuevos horizontes para el desarrollo del país. Urgía sembrar en los habitantes de la República las esperanzas en el progreso nacional. En esta aspiración social, la prensa fue un vehículo idóneo pues podía llegar a un público muy amplio. Claro, el obstáculo mayor estaba en la sociedad misma que en su mayoría era analfabeta, limitando con ello el acceso a la cultura escrita; no obstante había que iniciar esa labor difusora y redimir y educar mediante la palabra escrita. Revistas científicas como La Naturaleza fueron pioneras en ese periodo.
La Universidad, que con la independencia cambió de nombre para llamarse Nacional y Pontificia, perdió importancia y utilidad y fue clausurada y restablecida varias veces hasta que en la época de Maximiliano fue suprimida en forma definitiva. Por tanto, a fines del siglo XIX había cuatro escuelas profesionales independientes: Medicina, Jurisprudencia, Ingeniería y Bellas Artes. Además existía, desde 1867 la importantísima Escuela Nacional Preparatoria, pero no existía la Universidad. Tal vez la falta de esta institución como factor de
cohesión, como una estructura donde se insertaran la totalidad de los altos estudios y de investigación superior, hizo que los grupos de científicos se dispersaran y solamente el esfuerzo individual de algunos científicos, se mantuvo latente. 


En las matemáticas, se dieron pequeñas aportaciones originales en textos escolares, la mayoría en el campo de del cálculo infinitesimal, como es el caso de Rafael Dávalos, quien tuvo a su cargo la cátedra de matemáticas en el Colegio de Guanajuato de 1806 a 1810 antes de ser fusilado por colaborar con el movimiento independiente. Otro estudioso de las matemáticas fue José María Mancilla, párroco de San Juan de los Lagos quien durante los primeros 30 años del siglo XIX elaboró diversas obras relacionadas con el cálculo integral.
Para mediados del siglo XIX, el positivismo dejaba sentir su influencia y en 1868 fue fundada con esta filosofía la escuela Nacional Preparatoria, la cual tenía una estructura diferente a la actual.

La batuta del movimiento positivista estuvo sin duda a cargo de Gabino Barreda, quien a pesar de todas sus ocupaciones e intereses diversos, se dio tiempo para escribir un texto de cálculo infinitesimal dedicado a los estudiantes preparatorianos y publicado por partes en la Revista positiva. Los cursos preparatorianos tenían una duración de cinco años y el programa variaba según la escuela a la que se ingresaba, pero en todos se enseñaba geometría analítica y cálculo. Para octubre de 1873 fueron suprimidos de la escuela preparatoria los estudios de geometría, trigonometría, cálculo e historia natural en los cursos de abogacía y en algunas otras carreras. Las escuelas de enseñanza superior para la formación de distintos profesionales (ingenieros, abogados, médicos, veterinarios, farmacéuticos etc.) también incluían amplios  programas de matemáticas, sobre todos los de la Escuela de Ingeniería y en particular los dirigidos a la carrera de ingeniería de minas.


Bibliografía:
Juan José Rivaud. 2000. Las matemáticas, antecedentes en:
Las ciencias exactas en México. Coordinador Arturo
Menchaca, FCE, 15-96 pp.
Elías Trabulse1997. Historia de la ciencia en México. Versión
abreviada. FCE. 542 pags.